Galiciaenfotos.comSin rumbo. Sin prisas. Sin horarios.

No sé si con la crisis nos empezaremos a comer los unos a los otros (que no es que esté prohibido, sólo está prohibido si lo haces sin pagar una tasa de 6,50€ al estado), o el campo está tan mal que los campesinos tienen que empezar a vender los brazos para poder subsistir. Sea como sea, no me gusta nada la pinta que están tomando las cosas. Por si acaso me llevo a todas partes conmigo un bote de tabasco, si alguien me intenta comer el brazo me echo un chorretón por encima y ya verás qué cara pone al primer mordisco, no en vano el manco que ríe de último siempre ríe mejor.

Si la semana pasada hacíamos referencia al paseo del río al lado del balneario de Riocaldo con aquella entrada llamada «Qué bonito, qué bonito«, hoy vamos a referirnos al mismo lugar, unos metros mas adelante donde podíamos contemplar este banco. No sé si es una obra maestra del mobiliario urbano, un elemento de diseño asimétrico rompedor con la tradición, un desliz a la hora de hacer el plano o que a los curritos les dio la hora del bocadillo en medio de la faena y acabaron como pudieron. Sea como sea, allí no me senté. Por si acaso nada más.

Aunque rebuscando en el archivo fotográfico siempre aparece un roto para un descosido y en Panjón tienen algún diseño que no se les queda atrás, más simétrico que el anterior pero igualmente dudoso en su estabilidad.

Los vecinos de la calle Pino, en Vigo, han optado por el lado humorístico a la hora de quejarse por el estado de las aceras de su calle. Claro que viendo el estado en que se encuentra en la última foto hay que darles toda la razón. En otro lado hacen y rehacen aceras, las amplían y adecentan, aquí ni lo uno, ni lo otro ni lo de más allá.

Llegados al Balneario de Riocaldo, qué bonito, qué bonito, vemos un cartel que pone ruta del río, qué bonito, qué bonito, caminamos por la orilla, qué bonito, qué bonito, hasta ver un molinito, qué bonito, qué bonito.

Llegados al molinito, qué bonito, qué bonito, pasamos al interior, qué bonito, qué bonito, donde notamos un olor, qué asquito, qué asquito, porque algún guarro se alivió, qué asquito, que asquito.

Por si te lo preguntabas, esta entrada también se puede cantar a poco que le pongas musiquilla.

Pues efectivamente, ayer tras la enésima comilona en el Ze María nos fuimos a la busca del temporal, pero menos mal que no apareció porque con las pocas ganas que había de cualquier actividad que exigiera un funcionamiento de la neurona atontada por el Mateus Rosé si tengo que ponerme a sacarle fotos a las vacas volando o a las olas subiéndose por los muros del puerto es que me da algo, así que os dejo para ilustrar la entrada un par de imágenes sacadas evidentemente antes de pasar por el Ze María. La primera es un cartel anunciando una fiesta que no sé qué será, pero da para pensar muchas cosas o incluso continuar con la saga «Mente sucia«…

El otro está cerquita del anterior, ¿recordáis la época en que se llevaba el ‘s al final de los nombres y no había recato alguno en llamarle «Manolo’s» a un local? Pues aquí lo mismo, pero con «Arquitecto’s»… madre mía, madre mía…

Cuando vi esta imagen ya me relamía pensando en otra entrada del tipo de aquella otra. Mis repoooooollos, mi tesoooro, son míos y que no me los toque naaaaadieeee… pero claro, luego en la intimidad del hogar pone uno a funcionar la neurona y se da cuenta que el cercado probablemente sea para evitar que los animales que pastan en los prados se entretengan dejando los repollos sin una miserable hoja. Caaaaachiiiiissss… pena, porque ya iba afilando la lengua con las peores intenciones…

Ya veis, Valença do Minho, tienda de textiles llamada «Casa gallega» y fijaros qué toallas venden. O de tías en posiciones mas o menos provocativas, o de hojas de marihuana. Menuda pinta que nos deben haber visto, oiga.

El caso es que vender se deben vender, porque sino las quitarían o pondrían de otro tipo…

Visto en la carta de un restaurante de Viveiro, aún me duelen los ojos de la impresión. Por dios, ¿es que a estas alturas del cuento aún no sabe la gente que Google tiene un traductor automático que hasta funciona medianamente bien? Como decía la canción, «Manolete, Manolete, si no sabes traducir pa qué te metes…».

Vigo es una ciudad llena de miradores, ya sea El Castro, La Guia, el Monte Alba o incluso miradores espontáneos que aparecen sabe dios cómo y desaparecen dios sabe cómo. Como una imagen vale mas que mil palabras, veamos un ejemplo en el que se puede contemplar el mar desde lo alto, pero no contemplar el mar de cualquier forma, sino sentado en un cómodo sillón de skay (o como se llame ese material asquerosillo para los sillones que nunca debería haberse inventado).

Obsérvese como unimos los conceptos altura, sillón y vistas al mar para completar un mirador de los buenos de verdad.

Y por último, foto lateral en la que podemos apreciar las dimensiones y amplitud del mirador, con sitio suficiente para estirar los pies por muy largo que usted sea. Una maravilla, oiga. Si lo ve el alcalde, con lo que le gusta salir en las fotos seguro que lo viene a inaugurar.

Y la historia sigue, todo hueco es papelera pero con puntería. Caminando por la calle veo esta puerta, Gran Jefe Ojo Avizor nota que aquí hay chicha. ¿Dónde? Ahí arriba, en el centro.

Si señor, la obra de un marrano con buena puntería y equilibrio para haber dejado la botella justo ahí. Seguro que lo intenta hacer adrede y no le sale.

La parienta alucinaba conmigo, ¿pero cómo haces para ver esas cosas? Ná, el sexto sentido. Unos en ocasiones ven muertos, otro en ocasiones vemos basura…