Galiciaenfotos.comSin rumbo. Sin prisas. Sin horarios.

Tener un llamador en la puerta para que el visitante haga saber su llegada ha sido una constante desde tiempos inmemoriales. Pero tener un llamador en la puerta en zona de marcha nocturna quizá no sea tan buena idea, sabiendo como sabemos las ganas de gracia de aquellos que tienen obnubiladas las facultades mentales, bien por cuestiones de total ausencia neuronal, bien por ingesta en exceso de líquidos espirituosos, lo que puede incitar a montar de madrugada un concierto de llamador y orquesta para desespero del morador de la casa. En estos casos tenemos tres opciones: esperar al concertista tras la puerta, y a ser posible acompañado por una escopeta para reforzar las razones propias a la vez que propiciar el entendimiento persuasivo, desmontar el llamador por las noches o como tercera opción la que aquí mostramos, recubrir el llamador de un material amortiguador o absorbente para minimizar el sonido hasta el umbral de lo imperceptible. Aunque correcto en la teoría, la práctica nos dice que nunca faltará quien pase por aquí acompañado de un martillo para suplir las carencias del llamador. Por eso si se diera este mismo caso en vuestra casa, en aras de una mayor celeridad en la solución os indicaré que la opción con mayor probabilidad de éxito es la primera, la de la escopeta, o en su defecto un garrote grande como aquellos tan de moda en los bares de la meseta castellana que ponían «Libro de reclamaciones» tallado en el bastón.

Si es que donde esté la imaginación, que se aparte todo lo demás. De veras que intento sacar palabras para expresar lo que siento al ver semejante obra de arte pero el éxtasis en su contemplación nubla mi entendimiento y sobrepasa mis capacidades neuronales. Impactante a la vista, innovador en su concepto, un soplo de aire fresco frente a la normativa establecida y me quedo corto.

Si no, corres peligro de que el efecto buscado se diluya entre las risas que provoca la pintada.

Nada como el ingenio popular para superar las carencias de la vida diaria. ¿Qué no hay papelera en el chiringuito de la miniplaya fluvial de Catoira? Pues nada, se inventa una. McGyver hacía lo mismo y tenía un programa en la televisión, así que a ver porqué nosotros vamos a ser menos.

Sólo esperemos que para hacer una reparación tarde menos que Marco (el de los dibujos animados) en encontrar a su madre, sino estamos apañados…

Digo yo que los hay que cuando se les mete una cosa en la cabeza, da igual que sea pared, garaje o señal, venga a pintar y pintar más lo mismo…

Que quede claro, en este videoclub de Vigo no hacen fotocopias. Y si se te ocurre ir a preguntar, mira cómo se pone el dueño…

Creo que McGyver pasó un verano en Corrubedo a juzgar por el semáforo que allí encontré. Se coge el poste original del semáforo pero sin semáforo, se añade un semáforo de obra color amarillo tuneado que mola mogollón, le dejamos sólo la visera superior como el Enrique Iglesias, una cinta adhesiva para pegarlo por abajo y una brida metálica para la parte superior, llamamos al Yonatán que hizo primero de FP especialidad electricidad para que lo enchufe todo y hala, pitando que es hora de comer.

Palabrita del niño Jesús que esto sí es una obra de arte en la tierra y no las tonterías del CGAC, y lo mejor de todo es que además funcionaba sin problemas.

Tal como me crucé con el cartel, la primera ojeada activó el modo pánico en mi corrector ortográfico mental. Una vez me lo leí entero hay que reconocer sentido del humor y la capacidad de algunos para llamar la atención sobre su cartel…

Debe ser cierto que ando necesitado de vacaciones, porque tras Mente Sucia I y Mente Sucia II, sigo viendo cosas raras allá donde voy, como en este parque de Arcos de Valdevez… a mi esta estatua me tiene una pinta rara que me recuerda no sé qué…

Pero tranquilos, eso pronto tendrá solución porque en cuanto implanten los peajes abusivos en las autovías del norte, las crónicas de Portugal las hará Rita la Cantaora que ni a mi ni a mis euros nos vuelven a ver el pelo. Aunque primero tendrían que aclararse, es tanta la avaricia y tantas las ganas de cobrar, que se embalan y se olvidan que para poder cobrar, por lo menos hay que decidir cómo y cuándo lo vas a hacer. Menuda colección de chapuzas, cambios sobre la marcha e improvisaciones se ha marcado el Gobierno portugués en este tema. Si son iguales con todas las leyes, pobre país.