Galiciaenfotos.comSin rumbo. Sin prisas. Sin horarios.

El gallego es de por si pesimista, muy dado a pensar que no sólo el vaso está medio vacío sino que además vendrá algún cabronazo que se beba la mitad que nos queda. Ahora con lo de los peajes portugueses pintaba bien la cosa para intentar pegarle un buen mordisco de viajeros al aeropuerto Sá Carneiro de Oporto, los del «Voy por Oporto«. Se pusieron los políticos a la faena intentando cada cual arrimar más el ascua a su aeropuertito y acabó el cuento como el rosario de la aurora.

Que si Ryanair dice que se pira si no les dan pasta, que si uno reclama vuelos, el otro también, pues el otro más, si este tiene yo también quiero pero sin poner un euro, la Xunta como ve que las ciudades no se ponen de acuerdo acaba decidiendo unilateralmente y se gana la enemistad de los que se consideran perjudicados (Peinador y Alvedro), que empiezan a patalear y a montar escandalera. Mientras tanto los de Oporto, que de tontos no tienen un pelo, toma campaña publicitaria en Vigo para acabar de remataros.

Sigamos pensando sólo en lo nuestro, sigamos pensando que que es mejor tener tres aeropuertos pequeños en vez de uno grande, sigamos instalados en el ni como ni dejo comer y así nos irá de bien.

Hace unos años los portugueses eran conocidos en Vigo por dos cosas, por venir de compras al Corte Inglés en un coche de gama alta o a la playa de Samil en autobús, buscar un trocito de verde, sacar mantel o toalla y a comer o a dormir se ha dicho. Los tiempos van cambiando, lo primero se resiente por la cantidad de centros comerciales que han abierto aquí y allá, y lo segundo también porque ahora hay zonas recreativas por todos lados. Para ir a Madeira el pasado mes de agosto salimos desde el aeropuerto de Oporto. Allí, mientras esperábamos, pude ver una imagen que me llevó hasta aquellos tiempos. Un trocito de césped bien cortado al lado de la entrada del aeropuerto era suficiente para que alguien sacara de toalla y hala, a dormir la siesta. Si no hay toalla da igual, nos recostamos contra una columna a la que un avispado ingeniero le dio la forma ideal y continuamos la faena.

Pues nada, enhorabuena, ya que me gusta escribir y en agosto estuve de vacaciones en Madeira no os libra nadie del relato pormenorizado de tal periplo con sus fotos correspondientes. Intentaré resumirlo como buenamente pueda o sepa, pero de los quince o veinte capítulos no os salváis.

Como ya comenté, salimos de Oporto y viajamos con la TAP. Sin exagerar: mil veces mejor que salir de Vigo y viajar con Iberia. El aeropuerto de Oporto ha pegado un cambio tremendo, hace unos ocho o diez años parecía del tercer mundo y le han pegado un repaso tal que ahora es de primerísima línea. Grande, espacioso, tranquilo, bonito, cómodo y con un parking donde puedes dejar el coche ocho días por 32.50 euros (a ver si aprende AENA). La TAP, lo que se espera de una aerolínea: te tratan amablemente, el avión sale con diez minutos de retraso lo que puede ser considerado aceptable y ¡te dan de comer! Salíamos a las 9:50 (hora española), el vuelo duraba 1:35 y nos dieron a cada uno la típica bandejita con bocata chorizo y queso, zumo y un yogur. No es gran cosa, pero sí un detalle que las aerolíneas españolas han olvidado hace tiempo pese a cobrarte más.

En Oporto, niebla. Desde la cristalera del aeropuerto podíamos ver a dos mecánicos revisando las ruedas delanteras del avión. Mal rollo, mal rollo, a ver si vamos a empezar las vacaciones saliendo en las páginas de sucesos de los periódicos.

No eran presagios tranquilizadores, pero fue todo mejorando. Levantó la niebla, los mecánicos se fueron, embarcamos, despegamos, aterrizamos en Madeira, con un tiempo precioso y una tremenda luz que me puso los dientes largos pensando en la de fotos que iba a sacar. Y sí, saqué mil fotos, pero muchas con nubes bajas y cielos blancos porque el tiempo revuelto se vino con nosotros.

El aeropuerto de Madeira es simple, pequeñito, el avión te deja delante de la terminal, bajas y llegas a ella andando. Tres o cuatro cintas transportadoras de maletas, en diez minutos salían las nuestras. Nos esperaba un minibús a la puerta para llevarnos al hotel por una autovía de doble carril, y en el hotel empezaban las aventuras aunque eso se queda para el capítulo segundo.

Por cierto, mucho se habla del aeropuerto de Madeira: que si es muy corto, que si acaba en el mar, que si hay unos vientos horribles, que si la gente las pasa canutas… ná de ná. Aterrizar en Vigo sí que me pone nervioso porque te ves encajonado entre montañas casi a la misma altura a la que vuelas, aquí cuando ves la pista pim-pam-pum y hala, aterrizaste. Hombre, curioso, lo que es curioso, el aeropuerto sí que es. Parte está sobre el mar, en un voladizo que se sostiene sobre cientos de pilares. Así mismamente:

Justo debajo de los pilares aprovecharon, que no están los tiempos para tirar nada, y metieron un área recreativa. Ahí se puede ver un poquito (lo sé, podía verse mas, pero fue sacada desde un autobús por la autovía y no era plan mandar parar al conductor ni bajarme y cruzar, sabiendo cómo se conduce en Portugal).

Poco mas que comentar de la llegada. Ah, si, esa curiosa manía que tiene la gente nada mas aterrizar por levantarse a toda mecha y coger el equipaje de la parte de arriba… por favor, ¿pero a qué vienen esas prisas? Hasta que abran las puertas no se sale, ya me contaréis dónde esta la gracia en pasarse cinco minutos de pie con el equipaje en las manos, todo el mundo haciendo bulto y estorbándose los unos a los otros. Los peores los que lo hacen para salir corriendo a la cinta de los equipajes, cuando todos sabemos que los de las maletas no se dan ninguna prisa y por muy tranquilo que te tomes ir a la terminal siempre vas a llegar antes que ellas…

Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones. Necesito vacaciones…

Mirad que nos han plantado en pleno centro de Vigo (perdón por lo infame de la foto, pero el móvil al mediodía no da para mas):

Si señor, al ataque con un par. Oporto, un solo aeropuerto, tiene 56 destinos frente a los 20 que ofertan LOS TRES AEROPUERTOS GALLEGOS JUNTOS. A veces me pregunto si los entes encargados de gestionar los aeropuertos existen para algo, si por gestionar sólo se entiende conseguir que los aviones aterricen y despeguen o si realmente es que no queremos viajar. Sea como sea, el panorama es de tercer mundo total.

Nuestros colegas del sur, de los que mucha gente echa pestes, no sólo se han montado un aeropuerto bastante mejor que el de Peinador (Vigo) sino que además ofrecen mas gama de vuelos, mejores horarios, te recogen en autobús en Vigo y te dejan a la puerta del aeropuerto como un señor… vamos, lo que pasaría en un país medianamente civilizado. Por si fuera poco, les va la caña y vuelven a atacar con la web Voy por Oporto que podéis ver abajo.

¿Qué hacemos aquí, seres (supuestamente) superiores? Patalear. Lloriquear. Quejarnos de que a los portugueses les vaya bien y nos den caña. Nada de atraer líneas de bajo coste, nada de mejorar precios, nada de mayor oferta de vuelos sino todo lo contrario. Aún ha de aparecer el iluminado que proponga una tasa sobre cada persona que coja un avión en Peinador para compensar el descenso de viajeros. Somos «hintelijentísimos». Somos únicos. Por suerte para la humanidad.