Estos dÃas vuelvo a andar desaparecido porque es un no parar de hacer cosas. El fin de semana pasado aproveché para hacer la que, con toda seguridad, será la última visita a Oporto en mucho tiempo visto que dentro de dos dÃas empiezan a funcionar estos artefactos malévolos, los desplumadores automáticos, que ni en cabinas o personal se han molestado en gastar un duro. Cobrar, lo que sea, pero ni dar trabajo ni poner las cosas fáciles. No se les nota ni ná que lo que les interesa es hacer caja y el resto les da igual.
Como ya dije en su dÃa, a partir de ahora todos mis dineros me los gastaré en Galicia. El domingo entre ir de tiendas y comer fueron 180 euros que se quedaron en Portugal. Gracias a la avaricia de algunos, habrán sido los últimos también. Es una pena, porque Oporto me sigue gustando un montón. Justo ese dÃa hubo marea viva con un medio temporal y menudo estaba el mar en la desembocadura. Nada que ver con otras ocasiones en las que el mar estaba como un plato.
Alguna de las olitas eran espectaculares y por todos lados volaba la espumilla del mar que te humedecÃa la cara.
Cuando llegué ya debÃa haber pasado lo peor, porque las olas no pasaban del muro pero a juzgar por cómo estaba el suelo, lo de antes tuvo que ser tremendo.
Por supuestÃsimo, aquello llenito de gente contemplando la fuerza del mar. Nunca en mi vida habÃa visto tanto personal por este paseo.
Justo al fondo de la foto anterior, a la izquierda, hay una bajada por la que se entra a un chiringuito playero de los finos, de esos situados justo sobre la arena que si lo pillan en España se lo cierran al segundo dÃa de estar abierto por interferir con la anidación del avechucho colorado o por complicar la reproducción del mejillón colorao.
En la terraza aún habÃa unos cuántos valientes, carentes de miedo ante el oleaje, dando cuenta de sus consumiciones. Y si el mar quiere rugir, que ruja.
Efectivamente, lo voy a echar de menos. Pero como cuando dios cierra una puerta, abre una ventana, ya veremos qué nuevas perspectivas encontramos.