Galiciaenfotos.comSin rumbo. Sin prisas. Sin horarios.

Hace nada estuve en Santander, otra ciudad que me encanta. Elegante, tranquila, mucha gente paseando, zona de vinos y tapas, la semana siguiente se derrumbó un edificio en el centro pero juro que yo no tuve nada que ver. El tiempo acompañó con unos días luminosos y cielo aborregado, magníficos para la fotografía. Una de las cosas que mas me llamó la atención fue ese pabellón de los deportes al lado del estadio del Sardinero, por la forma y los materiales de lo mas curioso..

Dos sitios me encantaron para comer: la Bodega Cigalesa, fino, atención magnífica, precio elevado pero muy buena comida y una «Sidra de Normandía» que estaba de muerte (al señor camarero: si, soy yo, aquel que sacaba fotos a las botellas del techo). Y en el «Especial tascorros» (mi perdición), el paraíso es la Bodega Fuente De a escasos metros del anterior. Aspecto de no haber sido reformado los últimos cien años, pero lo que realmente importa: tapas de cecina, queso picón, vino, todo buenísimo y tirado de precio. Un diez para ellos.

Mucho se habla del feísmo urbanístico en Galicia y toca reconocer las cosas como son, hay algunos propietarios cuyo mal gusto debería ser premiado con el oscar al mejor adefesio. Tengo mis dudas sobre qué especie premiaría primero, si los que decoran el exterior de la vivienda con ladrillos de formas alucinógenas o los reyes del «una cosa es que no haya sitio y otra muy distinta que no haya casa», como esta de Tomiño, sólo media casa pero todo un monumento al equilibrio inestable.

¿Que será esto situado en Orense? ¿Queda alguien que no lo sepa? La solución en Google.

¿Cuánta gente ha pasado por delante del monasterio de Samos y no se ha enterado que dentro hay esto (y mucho mas)? Señores y señoras, participen, entren, miren, empápense de cultura, dejen la dura tarea de ser lerdos para las generaciones venideras, que además están genéticamente mucho mas preparadas para ello.

Cuando se ve un cielo así en Ribeira, mejor llévate el paraguas. Las nubes no engañan y a los cinco minutos estábamos corriendo para guarecernos del chaparrón.

A veces, tener un vecino guarro no es motivo suficiente para perder las buenas maneras. En estos casos nada como la ironía:

Muy pocas de mis fotos me siguen gustando una vez pasados un par de meses desde que las saqué, ésta es una de ellas porque refleja varias de las cualidades que me gustan en las fotografías: colores cálidos, simple, líneas sencillas, minimalista. Se trata de la ría de Aveiro al atardecer, merece la pena pinchar en la imagen para verla en grande.

Al hilo de lo que comentaba el otro día, es costumbre intentar modificar algo para no sacar la imagen típica. Esta tiene ya sus años (casi diez), no es una joya pero sigue llenándome el ojo. Se trata del edificio del BBVA en Bilbao inclinando la cámara para evitar la estructura cuadrada que forman las ventanas, a falta de otra cosa mejor que hacer. La calidad no es la mejor posible al ser una diapositiva pasada por un escáner bastante normalito.

Qué lástima que una ciudad tan bonita, tan cuidada y tan agradable como Bilbao sea noticia tantas veces precisamente por lo que es noticia.

La paradoja del fotógrafo: las fotos postaleras me salen planchadas, si quisiera hacer «postalitas» saldrían como churros, pero mira por donde no me gustan. Lo que me gustan son las fotos «distintas», las que hacen pensar, las que provocan una emoción, la que muestran lo mismo que ve todo el mundo de una forma que nadie ve. Pero esas no me salen. Ya lo decía yo: esto no es lo mío, son un torpe, mejor abandono, tiro la cámara, la vendo y me olvido… ¿verdad, Eduardo?

Ante una imagen poco interesante, uno suele tratar de cambiar algo para añadirle interés. ¿Una iglesia? Evitar la típica vista frontal, buscar un un punto de vista bajo y usar un objetivo que añada deformación, exagerar el colorido, cualquier cosa para evitar una toma mil veces vista. Es un trabajo creativo, tirado por la curiosidad y que conduce a la parte bonita de la fotografía: experimentar, probar, aprender, sorprenderse.

De cada cien fotos, sólo una o dos salen aceptables. Es otra parte del trabajo creativo, la que lleva a la decepción: esto es una porquería, no sé manejar la cámara, no tengo ojo fotográfico, soy un chatarrero, esto no es lo mío… amigo, nadie dijo que fuera fácil.