Galiciaenfotos.comSin rumbo. Sin prisas. Sin horarios.

Parece que a Ramón María del Valle Inclán se le tiene especial cariño en Galicia y eso que hay quien dice que fue injustamente arrinconado por escribir sólo en castellano: estatua en Santiago, estatua en el casco viejo de Pontevedra justo al lado del famoso arco de la calle Arco (ya lo mostraré, ya), la ciudad en la que vivió casi al principio del siglo XX antes de irse para Madrid.

Como curiosidad comentar (además de las barbas imposibles) que le faltaba un brazo, amputado a consecuencia de las heridas provocadas durante un duelo a bastonazos. Todo un personaje.

Siguiendo mi periplo por las estatuas gallegas, toca una que conocerán todos aquellos que paseen por la alameda de Santiago. Por supuesto, y como no podía ser menos, también hay fotos del personal sentado a su lado en la misma posición pero esas y otras me las reservo para el veintiocho de diciembre por lo menos.

Aprovechando el fin de semana que me ha tocado pasar en casa por culpa de la escabechina con que el sol agració mi piel, me dediqué a la faena de preparar fotos y escribir entradas para el blog. Como la neurona estaba de buenas y las ideas surgían con facilidad, el resultado es que ya hay entradas programadas para los próximos treinta y un días cuando normalmente suelo tener programación anticipada entre diez y quince días. Visto lo visto podría dedicarme a lo mismo que esta estatua situada en el Puerto Deportivo Juan Carlos I de Sangenjo durante un mesecito y el blog no resentirse, aunque conociéndome supongo que pasará lo de siempre: días de dos o mas entradas y a llenarlo todo de tonterías.

De Amarante ya dije que había un señor hotelazo, la Casa da Calçada, palabras mayores en calidad y atención. Exteriormente es éste, visto desde el casco viejo:

El magnífico aspecto y el cuidado de sus instalaciones no quita que tenga algún detalle estilo portugués, como el muñequito del «Mannekken Fasendopís» en los jardines, el cual le da un toque de alegría y desenfado que contribuye a relajar el ambiente a huéspedes y visitantes.

De cuando en cuando le doy un repasito a las estatuas que voy encontrando en mi camino. Unas son mas simpáticas que otras, unas allá, otras acullá, unas de personajes clásicos y otras de modernos, a veces aparece alguna horripilante y otras veces una muy curiosa como esta que se puede ver en Orense. Situada al final de la calle del Paseo, muestra una especie de flautista a lomos de un buho con alas de albatros. Por mas que le pregunté al señor Google no supo darme razón sobre ella ni explicación de su significado. Si alguien lo sabe se lo agradeceríamos.

Si colecciono dioptrías y no distingo de buenas a primeras quien es el de la parte superior del monumento, para algo inventaron los zooms y así ya distinguimos. Aquí está, efectivamente, un Jesucristo en lo alto con unas vistas de miedo.

En la base había también otras estatuas y una puerta, que supuse cerrada a cal y canto como suele ser tristemente habitual para que la gente no lo destroce todo.

Pero no. Mientras sacaba la foto vinieron tres excursionistas, que debían ser de la zona a juzgar por la soltura con que abrieron la puerta y se fueron para dentro. ¡Coño! Yo, el rey de «si se puede subir, subimos» con la oportunidad ante mis narices de subir a lo alto de todo. Esto no me lo pierdo.

Aquí tenemos la estatua que le han dedicado a Manuel María, poeta gallego, en Monforte de Lemos. A veces, ver una estatua dedicada a una persona es buen motivo para autoculturizarse un poco preguntándose quién era y qué hizo, de modo que os pasáis por la Wikipedia y os acostaréis sabiendo una cosa mas, que eso de pasar por la vida sin oficio ni beneficio, sin saber ni querer saber lo dejamos (A) para los burros, (B) para los nacidos después de 1994 o (C) para el conjunto compuesto por la unión de (A) y (B), que no son pocos.

Antes se le encendían cirios a los santos para solicitar venias o agradecer los favores concedidos. Ahora, con la llegada del progreso ya nada es lo mismo…

No sé, digo yo si será para dejarla encendida por la noche y que el santo no pase miedo, que por esos caminos de dios donde el aullido de los lobos reina en la oscuridad aún impone lo suyo ver todo negro alrededor.

Está en Pontevedra, en la plaza de Barcelos (o por lo menos estaba, que tras la remodelación no he vuelto a pasar por ella). Los vecinos de la zona probablemente tengan pesadillas. Los perros pasarán a su lado caminando rápidamente y mirándola de reojo por si acaso. Hasta el fotómetro de la cámara se asustó y la sobreexpuso. No es para menos visto lo visto.

Y como para todo roto siempre hay un descosido, habrá a quien le guste. Me cuesta creerlo, pero si el ayuntamiento le pagó al autor, por algo sería (no penséis mal, que es pecado).

En su día mostré un azulejo situado a la entrada de la plaza del Corregidor. Justo es mostrar también la plaza al completo:

En ese azulejo hablaban de «A esmorga», la obra de Eduardo Blanco Amor, ¿qué nos encontramos en medio de la plaza? Una estatua deeeee…

¡Ramón Otero Pedrayo! Toma paradoja… la estatua de Blanco Amor está en la alameda, pero esa la dejamos para otro día…