Galiciaenfotos.comSin rumbo. Sin prisas. Sin horarios.

Recordando buenos momentos pasados, van estas dos de principios de junio del año pasado cuando nos acercamos a Finisterre para ver la puesta de sol. Una vez dejas el coche en el aparcamiento, ésto es lo primero que te encuentras: el hotel «O Semáforo«, un lugar privilegiado. Se puede ver en la esquina derecha que no éramos los únicos para contemplar la puesta de sol.

Desde el hotel, la famosa vista del faro de Finisterre y su antena. También aquí se ve cuánta gente sube al cabo al atardecer para lo mismo que nosotros y bien que merece la pena.

Después de ver la puesta de sol nos despedimos de Finisterre no sin antes hacer una última parada en la carretera del faro para ver y contemplar una obra que no sabes si realmente es arte, una chapuza o el asalto del diseño a los entierros. Se trata del cementerio de Finisterre creado por César Portela, doce cubos dispersos por la ladera como contenedores caídos de un barco. Creado hace unos diez años, los líos políticos primero, legales después y finalmente que allí ni siquiera llega la corriente eléctrica han acabado por dedicar a la cría de tojos un proyecto por el que entre todos se pagaron 300.000 euros (de los que por supuesto nadie se hará responsable). Según cuentan, en el pueblo tiene mas detractores que gente a favor, principalmente por lo radicalmente nuevo del diseño y porque queda bastante a desmano.

Típico ejemplo de nuestra manera de actuar: primero hacer, después pensar y ya veremos cómo acaba la cosa.

Así se ve el Cabo Finisterre desde un mirador entre Ezaro y Corcubión. No hace falta decir que me encantan estas imágenes simples, sencillas, poco recargadas y en tonos suaves.

Mucho mas cerca, el perfil de Finisterre cambia, aquí lo tenéis desde la carretera que va del pueblo al faro. Se había puesto el sol y el faro ya tenía encendida su luz. Para los curiosos, el edificio de la derecha es el hotel «O semáforo» de Finisterre.

Llegando al faro de Finisterre se encuentra esta señal, donde parece ser costumbre que los moteros dejen una pegatina de su moto club. No sé si cada cierto tiempo harán una limpiecita, pero al paso que van dentro de poco ni siquiera se va a distinguir la mismísima señal.

Mas playas de la costa coruñesa, esta vez la playa situada al pie del pueblo de O Pindo y del monte con el mismo nombre, ese monte que la luz del atardecer pinta de rosa debido al color de la roca. Arena blanca, agua cristalina, un largo paseo marítimo, el perfil de Finisterre a lo lejos y mucha tranquilidad. Le sobraría el viento fresco y el agua congelada para rozar la perfección. A desmano de todo, éste sería un pueblo ideal para quien quiera vacaciones de desaparecer del mundo.

Lo reconozco, yo soy mas bien poco de playa. Con una piel color blanco nuclear que se quema una, otra y otra vez, con poco apego a lo que signifique calor, arena, inactividad y un termostato que notando agua por debajo de los 20ºC envía constantes señales de socorro, la llegada del verano supone un problema los fines de semana. Si te quedas en casa, te achicharras. Salir de paseo cargado con la cámara e intenciones de ver mundo es complicadito, porque generalmente te achicharras también. Así que si no te vas a la playa no sabes qué hacer. Este fin de semana ola de calor en las Rias Bajas con 28ºC sostenidos viernes, sábado y domingo, fue ver en el Windguru que el sábado harían 21ºC en la Costa da Morte y ya tenía el destino claro. Excursión entretenida, muchas, muchas fotos, rematamos viendo el atardecer en Finisterre, donde los romanos creían que moría el sol. Ocaso espectacular al haber una masa de nubes sobre el mar que hizo la imagen totalmente diferente.

Tras el reportaje de la feria en Portugal, va siendo hora de volver a los paisajes. Inauguramos de nuevo con una vista del faro de Finisterre, pero no en foto, sino en foto de cuadro, cuadro que se hizo partiendo de una foto del faro. Es decir, primero se hizo una foto para poder pintar el cuadro al que luego le sacamos esta foto. ¿Queda claro, verdad?

¿A qué es bonito? ¿A que es artístico? ¿A que dan ganas de comprarlo? Pues mire, esta usted de suerte, por (casi) cuatro míseros euritos puede hacer realidad su sueño pinchando aquí antes de que venga otro y se le adelante.
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Actualización: lo siento, ya se le han adelantado…

Llegados al puerto de Finisterre nos encontramos este panorama: una barca se ha pasado de frenada, no se sabe si llegando o saliendo, la gaviota contempla con curiosidad los restos del desastre. Ningún paisano alrededor, como si aquello no fuera con nadie. El que lo entienda, que me lo explique.

Una de las cosas de la fotografía es que despierta la curiosidad. Al principio casi todo el mundo saca las mismas fotos: el paisajito, el pajarito, un bosquecito, un arbolito… cuando pasas esa fase llegas a la otra que es la de la experimentación: fotos movidas, fotos borrosas, en vez de fotografíar el poste de la antena que hay en el faro de Finisterre, te metes dentro y fotografías hacia el cielo… por suerte siempre está mi madre para volverme a poner los pies en el suelo cuando mira la foto y me dice «niño… ¿qué es esta porquería?».

En Finisterre, bajando tras el faro hasta el final del cabo donde hay un crucifijo, capté esta imagen que permite ver perfectamente la diferencia entre un turista y un viajero. Adivina quién es quién.