Galiciaenfotos.comSin rumbo. Sin prisas. Sin horarios.

Quiero desde aquí expresar mi reconocimiento al Parador de Verín por su inestimable ayuda a la mejora de mi calidad de vida. Habiendo llegado castillo de Monterrey cuando aún estaba cerrado, bajamos aquí para tomarnos un café en la terraza situada a la derecha de la entrada principal, que es esto que véis en la foto. El calorcito, la tranquilidad, el café y la compañía constituyeron uno de esos pequeños momentos cotidianos que no tienen precio. Para todo lo demás, Mastercard. Por supuesto, una porquería de cielo gracias a las nubes blancas pero qué le vamos a hacer, el respetable público ha de asumir que a veces prima la calidad del testimonio frente a lo destacable de la fotografía.

También descubrí algo que me puso los dientes largos, y muy largos: la piscina. Yo soy poco de playa, pero cuando pillo una piscina de agua templadita por banda no salgo hasta que tengo los dedos enchuchurríos de tanta humedad o hasta cumplir con la ceremonia de las cien panzadas. No me digáis que la piscina del parador no está diciendo «báñate, báñate», uno de esos días calurosos de verano tiene que ser una verdadera perdición.

Insisto que no conocía para nada la Sierra de Gredos ni me imaginaba que fuera tan interesante como la encontramos, digna de una segunda, una tercera visita y más. Cruzada por carreteras estrechas de montaña, llegados a un punto aparece todo un parador nacional al pie de un bosque, el Parador de Gredos. Edificio bajo, construcción nada ostentosa y bastante integrado en el entorno (dentro de lo que cabe).

El interior es tipo parador, decoración estilo antiguo, muebles regios y espacios señoriales.

En el Salón del Silencio del parador fue donde se reunieron hace unos cuántos añitos los «Padres de la Constitución» para crearla. Con tantas y tantas charlas y discusiones como habrán tenido llama la atención que haya sido precisamente en un salón con ese nombre.

Como era de esperar, una vez en la parte superior del torreón gozamos de unas magníficas vistas de los alrededores. Desde lo alto se puede ver el parador de Monterrey, ese conjunto de edificios ahí arriba a la derecha, y la ciudad de Verín en su valle correspondiente, metido entre montañas para fomentar en verano la sensación de sartén porque en Verín (y Orense en general) cuando hace calor, hace calor de verdad, algo a evitar totalmente por aquellos que de 25ºC para arriba dejamos de ser personas para convertirnos en almas en pena sudorosa.

Incomparable mi suerte, llego al castillo a las 16:30 y me lo encuentro cerrado, como no podría ser de otra forma vista mi increíble habilidad para aparecer en los mas variopintos lugares en horario que las autoridades pertinentes consideran no digno de ser honrado con públicas visitas.

En un derroche de generosidad para evitar que os pase lo mismo, foto al cartel con el horario del castillo de Monterrey y subsiguiente publicación en este blog para información del público en general, de los niños en especial y de los feos en particular. No por nada en especial, sino como reconocimiento a que los feos también tenemos derecho a visitar el castillo.

Aunque de encontrarlo cerrado podéis hacerlo mismo que hice yo: ir al parador que está al ladito, dos o tres minutos en coche, pillar por banda una mesa en la terraza, algo de beber y disfrutar de las vistas, que lo merecen.

No es necesario aclarar por trigésimo centésima vez que lo que hay entre los miradores y yo es un amor sin igual. Desde el de la Virgen de la Roca en Bayona podemos ver la península de Monteferro a la izquierda, las casas y la playa del fondo deben ser Playa América y alrededores y finalmente esa construcción en primer plano es el Parador Conde de Gondomar, situado en un sitio verdaderamente privilegiado. Todo, acompañado de un cielo espectacular repletito de nubes como a mi me gustan y qué tan pocas veces soy capaz de captar en las Rías Baixas.

Ay, ese Tokina 12-24 f4, pedazo objetivo y cómo lo echo de menos desde que me cambié a Nikon.

Alrededor del parador de Bayona tenemos el paseo de Monte Boi. Los días que no hace mucho calor se suele llenar de gente que va a dar una vuelta, a estirar las piernas, a contemplar las magníficas vistas de la ría, de las Cies o las puestas de sol en el mar. En total son unos dos o tres kilómetros que dan para media horita caminando. Hasta ahora la única pega era que el suelo era de tierra, bastante incómodo con sol o peor aún cuando llovía. Acaban de cambiarlo por un suelo de losetas y francamente, mil veces mejor aunque ya hay quien se quejó porque prefería el de tierra que es «mas natural».

Para quien vaya a Monforte de Lemos probablemente lo mas interesante esté en lo mas alto, perdón por la porquería de foto pero el día que pasé por allí, a pesar de ser las doce del mediodía aún quedaban los restos de esa niebla que conforma la personalidad del pueblo. Dios mío, que lenguaje mas relamido uso, parezco un político…

Monforte es un llano y una colina sobre la cual está el Monasterio de San Vicente do Pino, compuesto de tres partes: la torre del homenaje, el monasterio y el Palacio de los condes de Lemos, hoy parador. Como de los dos últimos ya he mostrado aquí alguna foto, la que nos falta es la torre del homenaje así que allá va…

Las vistas desde lo alto, impresionantes como cabría esperar. Ir a Monforte y no subir aquí debería ser delito.

Vista una foto del interior con el claustro al fondo, hoy muestro otra para que veáis el mobiliario a juego con el resto. Aquí se ve cómo prima mantener un conjunto homogéneo, lejos de innovaciones como las de San Esteban. Como mucho alguna discrepancia sobre unas y otras lámparas, pero bueno, siendo tan discretas se perdona.

Concretamente desde el interior del parador de Monforte, anteriormente Monasterio San Vicente do Pino, reabierto como parador en 2003. Situado en todo lo alto de una colina, y siendo lo primero que se divisa desde lejos, tanto las vistas como el interior merecen la pena ser contemplados. Quizá el único pero es el escaso aparcamiento exterior y la presencia por los alrededores de mi suegra, razón por la cual mis visitas a la zona se ven reducidas al mínimo imprescindible y siempre acarreando una ristra de ajos por si acaso.