Galiciaenfotos.comSin rumbo. Sin prisas. Sin horarios.

Esta entrada está dedicada al Pulpo Paul, que ha fallecido recientemente a los tres años de vida. Gracias a que lo tenían los alemanes vivió lo suficiente como para darnos un mundial, que si llega a nacer en Galicia, del año no pasa y otra vez nos volvemos en cuartos.

Por si alguien tiene curiosidad, este no es el pulpo Paul original, es un primo por parte de madre que me pillaba más a mano para hacerle la foto.

El verano es tiempo de furanchos, pero ¿qué es eso de un furancho? Oficialmente, estaba permitido que aquel que elaborase vino o licores, vendiera los excedentes (obsérvese bien la palabra «excedentes» porque viene siendo el meollo del asunto) en su casa. En cualquier lugar de Galicia no es raro encontrar carteles como éstos. Por allá se va a Ponteareas, por allí a Vigo y por acá, al furancho.

Por tanto podríamos decir que un furancho es, en otras palabras, un bar casero. No precisaban licencia ni pagaban impuestos. Y claro, eso de no pagar impuestos es muy goloso, así que además de los excedentes de vino casero parece que pasaban cosas cómo traer excedentes de las bodegas para darles salida por la misma vía y, ya de paso, también solían tener excedentes de queso, chorizo, jamón, pulpo, etc, que beber sin comer, mala cosa es. ¿Donde está la diferencia con un bar normal? En que los bares normales son tan tontos que pagan impuestos, así estaban cabreados con los furanchos y finalmente parece que han ganado la batalla con la nueva normativa de la Xunta.

A principio de verano pasamos por la zona de Cambados y nos llevaron a uno. En realidad no era uno, era todo un pueblo lleno, aunque me parece que de furanchos conservaban el nombre. Lo habrían sido en su época, pero aquello eran taperías hechas y derechas. Lo curioso es que el exterior era así. O lo conoces, o pasas de largo pensando que aquello era un garaje.

Pero claro, el interior no se parecía en nada al interior de un garaje. Qué albariño de casa mas rico nos soplamos, qué calamares, qué pimientos, qué pulpo. Lo peor de todo es dimos tanta vuelta para llegar, que a día de hoy como no me lleven sería incapaz de volver. Mis pequeñas tragedias cotidianas…

Prácticamente el último pueblo de Galicia al sureste antes de salir a la provincia de Zamora es La Gudiña. Se trata de otro pueblo al que la autovía le ha quitado todo el tráfico y mucho movimiento, sin embargo me lo han recomendado varias veces para ir a comer carne, con varios sitios notables en el tema. Justo al entrar ya se le ve la pinta: asador aquí a la derecha, restaurante al frente…

Pero no sólo hay carne. Si atraviesas el pueblo, a la puerta de cada bar hay una pulpeira que prepara el pulpo in-situ en el típico caldero de cobre para consumo de los parroquianos del bar o de quienes vienen para llevárselo a casa.

Realmente el pueblo es una travesía, la antigua carretera nacional. A mano izquierda encontramos unas calles interiores similares a las que podemos ver en cualquier pueblo típico gallego.

Y como tantos otros lugares, en sábado, mercadillo con venta de flores, productos típicos y ropa. Poco más, pero para hacer una parada, echar una ojeada y zamparse una ración de pulpo, vale perfectamente.

Probablemente no lo sepáis, pero Julio Verne menciona en el capítulo VIII de su libro «20.000 leguas de viaje submarino» la ría de Vigo cuando el Capitán Nemo pasa por aquí con su Nautilus para recoger el tesoro de los galeones de Rande. Unos años más tarde el propio Julio Verne visitó la ciudad. En 2005, conmemorando el centenario de su muerte, pusieron en la zona de Montero Ríos esta estatua como homenaje, en ella podéis ver al propio Julio Verne y un pulpo que supongo se comería estilo «a feira» con sus patatitas y su pimentón, cualquiera que venga de fuera es lo primero de lo que se enamora.

Si eres de los que gusta comer de tapas y disfrutas con el sota-caballo-rey de las tapas gallegas (tortilla, pulpo y calamares), una recomendación para comer en Coruña: A nova lanchiña en la calle que va de la estación del tren a los juzgados. Cuando empiezan a aparecer los platos en la mesa te olvidas del rato de espera, de la camarera con memoria de pez que se olvida una y otra vez de la caña que le pediste, todo deja de importar cuando empiezas a comer. Qué pulpo, qué pimientos de padrón, qué todo, qué descubrimiento, rico y bastante barato. Claro, así esta de lleno…

En la calle de al lado está «A lanchiña» de los mismos dueños, lo mismo pero con mas variedad y mas carne: raxo, zorza, etc. Tienes donde elegir.

Si, confieso, de Lugo hay algo que me pierde: el pulpo. Cosa curiosa, siempre se dijo que el mejor pulpo se come en el interior y tengo que reconocerlo, el de Lugo está de miedo. Ni blando ni duro, en su punto de picante, con sus cachelos, su pan de verdad y su cervecita, con eso ya soy feliz.